miércoles, 11 de abril de 2012

Anécdotas de ópera. Caer de culo, todo un clásico.


Königskinder  Isabel Rey

¡Hola de nuevo!
En los años en los que hacía el repertorio ligero, había ciertas óperas que hacían que ir al gimnasio fuera innecesario; cantar Norina, Marie, Despina, Adina, Susanna, Zerlina, y sobre todo, ensayarlas durante 5 semanas cada vez que hacia una nueva producción, son la mejor tabla de gimnasia jamás concebida, sobre todo si eres una persona muy activa en la vida y en escena, como yo lo soy. Pietro Spagnoli me dijo una vez cuando cantó Figaro conmigo, que aquello era como ir al gimnasio. Lo mismo me han dicho Luca Pisaroni y Alastair Miles.
Todos esos personajes necesitan, además, una interpretación (bajo mi modesto punto de vista) muy extrovertida. En algunos de ellos a mi me ha parecido necesario incluso ponerme a correr. ¿Y como se corre mientras se canta? Pues como se consigue todo: practicando. Yo siempre canto en los ensayos, pero si la escena es especialmente exigente en cuanto al movimiento, reacciono como si fuera la función; canto y me muevo hasta que averigüo cómo hacer para que la voz no se mueva.
La función que más me ha exigido ha sido siempre Bodas de Fígaro. Entiendo a Susanna como una atleta; para escapar del Conde debe ser ágil y flexible; para atender a una Condesa despechada debe tener cien manos y saber correr; para lidiar con Cherubino debe tener reflejos; para despachar a Basilio debe tener fuerza y para tratar a Fi-Fi-Fígaro debe ser dulce y paciente. ¿Alguna de vosotras se siente identificada? Bueno, yo no, pero sin embargo pienso que el cantante ha de ser un atleta no solo en la voz, sino también en su físico, debe ser ágil y flexible para adaptarse a lo que le piden maestro y director de escena, debe tener cien manos, todas izquierdas, para conjugar lo que una quiere hacer con lo que se ve obligada a hacer, tener reflejos para conseguir que el público entienda aunque tu no puedas entender lo que te piden; debe ser fuerte para resistir planes de ensayos que no están pensados para los cantantes sino para orquestas y técnicos de escenario y debe ser obligatoriamente dulce con sus colegas y paciente consigo misma. ¿Alguien se identifica ahora?
Como veis, la voz no lo es todo. ¿Que tiene que ver la voz con todo lo que he dicho en el párrafo anterior?
Asi que me han visto corriendo, saltando, volando, reptando, siendo levantada por los aires, rodando por el suelo, subiéndome encima de pianos verticales, comiendo a dos carrillos, tirándome al suelo en plancha en plan ¡Banzaaaai!, escondiéndome en los sitios más inverosímiles, subiéndome a camas exageradamente altas y muchas cosas más….siempre cantando, claro. Y encantada de la vida. La mayoría de las veces era idea mia….
Claro, con tanta acción pasan “cosas”, “imprevistos”, elementos que “desaparecen”, pérdidas de equilibrio con caída incluida o algo peor, con posturas raras que hacen reir al público o a los colegas…me he caído un montón de veces, algunas terminando en el hospital, como una vez en Viena en un ensayo de la Finta Semplice.
Mi especialidad es caer de culo.
Si.
Solo voy a contar tres ocasiones, ¿vale? No quiero abusar ni crear la ilusión de que me caigo todas las noches.
En la producción de Bodas de Fígaro de Jürgen Flimm que se grabó en DVD desde la Ópera de Zürich, tanto Jürgen como yo desplegamos toda nuestra imaginación. Habíamos hecho ya una producción en Amsterdam muy divertida y había “gags” que se repetían y otros que surgieron gracias al nuevo decorado. El set del primer acto era espectacular: una habitación fea y destartalada con el suelo de parquet todo levantado y arqueado por la humedad. Mirando desde el público había, a la derecha, un muro lleno de puertas (que también tienen su anécdota) que daban a las habitaciones del Conde; en el centro, una puerta por donde se entraba a la habitación y a la izquierda, aproximadamente a un metro del suelo, la puerta que llevaba a las habitaciones de la Condesa. En el set había además, una especie de cosechadora antigua tapada con una sábana, y una escalera en la que Fígaro estaba subido al principio del acto pintando la pared.
La escalera se colocó estratégicamente delante de la puerta de la Condesa porque en los ensayos se vió que no era fácil salir por allí sin ayuda.
La manera de trabajar de Jürgen es genial, nunca decide por donde entras o sales hasta que no se ha desarrollado la escena completa, sobre todo si se saltan escenas. Tiene lógica. Ensayamos mi segunda entrada a escena con un elemento que ya habíamos usado en Amsterdam: una bandeja descomunal. Jürgen quería ver en aprietos a Susanna con aquella bandeja enorme y pesada con su tetera, su taza, su azucarero, su plato con el croissant a medio comer…había mas cosas, pero ya no lo recuerdo bien. Imaginad que debía salir con aquella tremenda bandeja y bajar por la escalera de tijera…nada fácil, y muchas risas, pero lo consegui. A los pocos días se ensayó desde el principio el trozo del primer acto que teníamos ensayado; montaje de la cama, “addio, addio, Fi, Fi, Figaro bello”, aria de Fígaro “Bravo signor Padrone”, recitativo y aria de Bartolo… y mi salida con la súper bandeja. Susanne Zahler, la regidora, me la daba y me abría la puerta desde dentro. Me dispongo a salir…¡y la escalera no está! Miré a todos los lados y no veía modo de bajar, pues la escalera estaba, por primera vez, a un buen par de metros de distancia de mi…¡y nadie se había dado cuenta del detalle! ¡Ni siquiera viéndome de pie en el vano de la puerta! ¿Quién se llevó la escalera? ¿Por qué no paraban la música?
Acostumbrada como estoy a improvisar en los ensayos (un gran número de directores basan su trabajo en nuestras improvisaciones) y visto que la música no paraba y tenia que seguir con la escena dejando la bandeja sobre un balde puesto del revés para pelearme con la Marcellina, que ya estaba cantando, decidi: me dejé caer de culo con mi bandejota donde mis pies se habían parado dejando las piernas colgando y luego me escurri con un medio salto hasta el suelo. 
Ruido de culada, grito sofocado mío, loza que choca, caminar renqueante hasta la nueva posición de la escalera donde dejo atravesada la bandeja, mano a masajear el culo dolorido y tremenda carcajada de Jürgen Flimm y de todos los presentes. ¡Por fin se paró el ensayo…! Es Fígaro quien se lleva la escalera… 
La cosa resultó tan cómica que quedó como parte de la “regía”… y ahí me veis caaada noche dejándome caer de culo porque un día la escalera no estuvo en su sitio. Creo que hice esa función unas 40 veces… y encima el director de la grabación no lo pinchó, ¡En el dvd no se ve! ¡Aaaaaarrrrggg!
Pero eso no era todo lo que pasaba en esa escena, la batalla con Marcellina era campal, jajajajaja, entre otras lindezas le tiraba una taza de te por la cabeza, (nada de fingirlo, era agua pura y dura) le lanzaba una escoba para ver si se caía, la obligaba a ayudarme a doblar una sábana (impelida por el “marujismo” que parece ser que los directores de escena creen que a todas las mujeres nos asalta al ver una sábana sin doblar), y no contenta con eso intentaba pintarla con la brocha de fígaro con una pintura azul ideal. 
Aquella brocha estaba preparada con un poquito de pintura (un poquito), pero claro, los técnicos van rodando y un día me pusieron un “muchito” y la pintura goteó por el suelo…a Marcellina la puse perdida, yo me salpiqué toda la cara amén del escote y del vestido (azulón, ¿eh?) y cuando corrí a recoger el “contratto nuzziale” del suelo para pintarlo también y tirárselo a través de la puerta, resbalé y como no, caí de culo estrepitosamente, de nuevo con gritito incluido, dolorida y masajeándome la zona mientras cantaba “va la, vecchia arrogante”. El público no reaccionó mucho, pero entre cajas mis colegas se doblaban en dos de la risa. En la pausa el aguarrás iba de camerino en camerino.
Muchos años después, volví a tener mi percance favorito. Estaba cantando Königskinder de Humperdinck, una ópera maravillosa. En la escena en que los dos adolescentes de la historia se conocen, el hijo del rey pide agua y la chica le enseña a beber de un riachuelo. En nuestra escenografía, no había bosque, ni choza, ni riachuelo.

Königskinder Jonas Kaufmann-Isabel Rey

Estábamos en un hangar, que casi parecía un gimnasio porque había un par de canastas de baloncesto, y el riachuelo era un lavamanos por el que salía agua de verdad, que estaba pegado al portal. Mi príncipe era Jonas Kaufmann y desde el centro del escenario bien sentado en una banqueta me pedía agua. Yo salía disparada hacia el lavabo, cogía agua entre las manos y corría a llevársela pero se me escurría entre los dedos, y volvía otra vez a buscar más. Después de varias intentonas, divertido, él se acercaba y conseguía beber de mis manos una vez que yo le enseñaba como se hacía.
En una de las funciones resbalé con el agua caída y ¡yess!, caí de culo con las piernas estiradas delante. Vaya, lo que se conoce como un resbalón de libro. Jonas se acercó corriendo a levantarme, muerto de risa, como yo, y no pudimos cantar mucho de ese trocito, ¡jajajajaja!
¡Y esa es mi especialidad! No os preocupéis que si me he de caer, nunca será de boca, ¡jajajajajajaja!
Hasta pronto, mis querid@s lectores, ¡gracias por deteneros en este blog!