miércoles, 7 de diciembre de 2011

Anécdotas de ópera: Que más puede pasar en Rigoletto

Como la Bellezza en "Il trionfo del Tempo e del Disinganno

¡Hola a tod@s!
Creo que ha sido Rigoletto la ópera que me ha hecho vivir más anécdotas. Quizás por ser la que más he cantado...o por pura casualidad. Mi primer Rigoletto fue en Oviedo a la tierna edad de 23 años, y ya alli pasé por un par de situaciones digamos….raras.  Mi vestido era el que dias después se iba a poner la Amelia del Ballo in Maschera; ya le hubiera gustado a Gilda haber podido llevar aquellas sedas blancas, aquel violeta y aquella capucha descomunal que era exactamente lo que llevaría una doncella virginal para recibir a su circunspecto y estricto papá en sus escasas visitas, ¡jajajaja!. 
Mi primer asesino fue Miguel Angel Zapater, que me levantaba en vilo con tanta alegría que cuando me dejaba en el suelo yo no tenia ni idea de donde estaba el público o en que dirección apuntaria mi cabeza al salir del saco. En el único ensayo que tuvimos, no tuve mas remedio que asomar la cabeza fuera del saco para ver en que posición quedaba, lo que hizo que sonaran bastantes carcajadas en la sala…en fín. La escenografia era bonita, pero tenía un detalle curioso: mi entrada a la casa de Sparafucile quedaba justo en el lado contrario del escenario desde donde yo cantaba mi última frase antes de entrar al sacrificio. Tenía que terminar la frase y salir corriendo locamente por detrás (lo fácil que hubiera sido cruzar el escenario!) para tocar por ultima vez a tiempo y cantar aquello de “Dio, loro perdonate!”.
Mi primer papá fue John Rawnsley, un caballero fuertote que cantaba estupendamente y que es además un gran actor. Y se tomaba la escena de la vendetta muy en serio. Tremendamente en serio. Vaya, que su mosqueo con Gilda era tal, que donde otros Rigolettos abrazan a su hija o se la llevan más o menos por la fuerza, él me daba tal empujón (en plan “tira p’alantee….¡¡tira p’alante!!”) que yo, flaquilla como era, volaba literalmente hasta que aterrizaba de nuevo en tierra, no ya besando el suelo con la boca, sino zampándomelo con la boca, con la nariz, con la cabeza, con el pecho….lo que viene a ser un taponazo de antología. 
Pero yo encantada: feliz de que la cosa fuera tan real.  En esas mini escenas que cierran la vendetta me ha pasado de todo: como digo, he volado, he comido tierra, me han arrastrado por la  moqueta de la escena con los pies desnudos quemándome la piel y haciéndome una buena herida....
En mi segunda producción, en la Opera de Lieja, Gilda iba vestida como una reina, Rigoletto la tenía encerrada en una casa fantástica con un patio precioso en el que había una gran jaula con una paloma dentro y la vestía con trajes suntuosos. Nunca más he hecho una Gilda tan bien vestida.
En aquella producción, hacia el final del Caro Nome, tenía que abrir la jaula, sacar a la paloma y cantarle la cadencia a ella. En los ensayos y en varias funciones todo fue muy bien...hasta que un día mientras cantaba, vi que las plumas de la parte de abajo se movían... Como digo, mi traje parecía el de Maria Estuardo, con una falda acampanadísima. Tuve el tiempo justo para comprender que la paloma se iba a "aliviar" y separar la mano del cuerpo. El "alivio" cayó al suelo y yo terminé mi aria muerta de risa.
Pero eso no fue todo en esa producción, en el tercer acto, para ambientar la brumosa noche junto a la casa de Sparafucile, ponían ese humo artificial tan aparente. En aquella época (os hablo de 1988) el humo tenía olor y era incómodo respirarlo. A telón cerrado no se veía casi, de hecho lo ponían estando ya nosotros en nuestros puestos para evitar posibles tropezones.
Aquella noche pusieron muchísimo humo, pues las otras noches se disipaba enseguida y no estaban conformes. 
¡No se veía nada! ¡No se respiraba nada bien! Y por fin abrieron el telón con los primeros acordes, el humo, encerrado en el escenario, invadió la sala....y el público desapareció! Solo se oían las toses de la gente sentada en el patio de butacas y el primer piso, y al momento las carcajadas de todo el teatro, fue el inicio del tercer acto más divertido que he hecho o presenciado.
Y es que en las óperas ¡pueden pasar tantas cosas!
¡Saludos y gracias por seguirme!